Estoy leyendo “Las Venas Abiertas de América Latina”, de Galeano, la verdad que me está volando la cabeza, pero más que nada me sorprende su actualidad. Se dice que quien no conoce su historia está condenado a repetirla y es notorio, al leer el libro que relata tantos años de historia, como se da esa repetición.

Hay como un ciclo que se repite incansablemente, se encuentra un recurso que se puede exportar a precios muy altos, ese recurso se comienza a exportar y las regalías en gran medida se dilapidan y cuando se re-invierte, esa inversión no es para trabajar el recurso sino para aumentar la extracción. Con el tiempo el recurso se acaba o baja de precio, la competitividad baja, por la baja inversión, los sueldos bajan y las pocas empresas extractoras que sobreviven se trasladan al siguiente recurso de moda.

Por alguna causa, en cada momento, los latinoamericanos estaban convencidos de que “esa” vez era especial, que “esa” era una excepción. Pero en general no era una excepción, primero fue la plata y el oro, que eran inagotables, hasta que se agotaron, luego llegó el turno del azucar y el café, pero el valor bajó y así paso también con el trigo, el abono y un gran etcétera.

Pero lo sorprendente, es que para 1800, incluso los más ricos sabían que desde hacía más de 200 años ese ciclo se repetía, pero estaban seguros que “esa vez no”. Metódicamente se ignoró la idea de invertir el excedente para mejorar la industria y la producción local, el excedente se dilapidó o se invirtió en aumentar la producción para el consumo internacional. El resultado inevitable de ese proceso es que el precio baja y luego vuelve a venir la pobreza.

Ahora en pleno siglo 21, latinoamérica produce programadores, pero no programas, nuevamente esta es la excepción, porque programadores “programadores se van a necesitar siempre” y “cada vez más”. Los excedentes se dilapidan, los sueldos de los programadores son altísimos, las regalías de las empresas de programación son aún más altas y la inversión es siempre en conseguir más programadores. En latinoamerica hay programadores cobrando más de 4.000 dólares y hasta 12.000, lo cual equivale a 190.000 pesos argentinos. Las empresas de programación, funcionan principalmente como un intermediario, con regalías increibles, pero sin inversión de ese excedente en la industria o en la producción.

Mientras tanto la brecha aumenta más y más, el sueldo de los programadores baja, mientras que los programadores trabajando en el extranjero ganan cada vez más, lo que siempre pasó vuelve a pasar. Cada vez es más común escuchar la noticia de que un programador se fue a vivir afuera, en general para no volver.

Por alguna causa la idea de invertir en la producción local suena idealista, la idea de dejar de vender programadores y comenzar a vender programas o a prestar servicios que usen ese programa, o sea, dejar de vender el recurso en bruto para comenzar a vender el producto manufacturado.