Recién inaguramos un centro de rehabilitación, como REMAR, pero en vez de adictos a las drogas, nos planteamos ayudar a efectivos de la seguridad que se dan cuenta de que lo que hacen es una bosta y quieren salir.

Pero, es comprensible, salir no es fácil, la ultra-violencia es una adicción, como lo es la obediencia ciega, las rutinas estrictas, el orden absurdo, la adrenalina durante los “operativos”. Además, igual que en el caso de las drogas, estos elementos están acompañados de un entorno nocivo que los normaliza y del cual es difícil alejarse, porque hay lazos creados, relaciones tóxicas que es menester evitar para evitar recaídas.

En este caso, además, está el caso del sustento económico, como nos sucede con los chicos que son “dealers”, los cuales sostienen su economía en la droga que quieren dejar. Estas personas reciben un sueldo y un nivel económico que también se perderá junto con las prácticas que se está buscando evitar.

Sin embargo, está tan claro para la sociedad que necesitamos estos espacios para ayudar a estas personas a salir de esos ambientes, como a los agentes que vendrán a estos espacios, en el momento en que se dan cuenta, que notan que están matando y torturando a sus hermanos, reprimiendo y golpeando personas iguales a ellos.

Como la ayuda humanitaria no puede ser sino voluntaria, los “agentes de violencia”, como los llamamos dentro de los centros, deben llegar por propia conciencia y serán ayudados por personas, que en muchos casos estuvieron en la misma situación. En los centros se combinan talleres de oficio, que permiten la re-inserción laboral, con talleres de empatía, que promueven la re-inserción social, permitiendo en muchos casos incluso recomponer los lazos familiares y barriales que habían sido rotos.

Las puertas de nuestros centros permanecen abiertas para aquellos agentes de violencia que busquen otro camino posible.