La docencia sin discencia
Hoy tuve una reunión con otros docentes para definir las notas de los alumnos y se generó un debate, en el cual se podría decir que quedé indignado. La cuestión de debate era una alumna con nota diez, que yo opinaba que ameritaba como máximo un ocho.
A decir verdad, no soy de las personas a las que la diferencia entre ocho y diez le importe realmente, lo indignante fueron los argumentos esgrimidos para justificarlo. O sea, no pienso escribir esta nota sobre la nota, si no sobre esa diferencia que me pone en el bando opuesto con esa otra profesora que sostuvo el diez.
Más allá de eso, voy a necesitar contar un poco sobre la alumna, para que se puedan entender los términos del debate. Todo empezó cuando todos los docentes excepto yo acordaron sin mayor duda ponerle diez a una alumna, sin mayor argumentación (eramos 7 docentes en total). Yo pedí la palabra y comenté que mis notas indicaban un ocho como máximo y dí mi explicación al respecto, comenté que su participación en el aula había sido siempre tibia, sus comentarios tendían constantemente a tomar la decisión más cómoda, que solía dejar en claro que muchos de sus trabajos incluían las tonterías que los docentes querían leer, etc. Expliqué entonces que me parecía que lo que ellas estaban viendo no era más que un acting mostrando a cada cual lo que quería ver.
No voy a negar que mi argumentación inicial carecía de fuerza, la nota me tomó por sorpresa, la alumna mantuvo ante mi un constante perfil bajo, yo no me esperaba para nada este consenso abrumador. Por suerte, la defensa del diez me dio los argumentos que me estaban faltando.
Para defender la postura, una de las docentes comentó que en realidad, lo que pasa es que la chica esta en realidad está cursando otra carrera, que tiene un nivel universitario, que tiene una formación muy superior. Además siendo que la materia es práctica docente, esta alumna tiene mucha experiencia en el aula, por estar haciendo reemplazos desde hace mucho.
Dicho esto y sin mayores dilaciones, se cerró el tema y se decidió (sin incluirme, obviamente), que había que seguir con la siguiente alumna. Así que, una vez terminado, volvieron a preguntar, casi como formalidad, si estaban todos conformes con las notas y yo volví al tema.
Entonces expliqué que justamente lo que planteaban como justificación de la nota, explicando que ella ya estaba preparada de antes, era justamente lo contrario. Ya habíamos planteado con otras alumnas que era importante tener en cuenta desde dónde se sale para entender a dónde se llega, que los recorridos tienen sentido si hubo un avance, no si simplemente se empezó con ventaja. Entonces expliqué que esta alumna tenía un bagaje teórico fuerte y mucha experiencia práctica, pero que no había avanzado nada en el recorrido por la práctica. Fue a una escuela con prácticas innovadoras, para criticarla desde la enseñanza tradicional, en los ateneos evitó comprometerse y plantear posturas personales (cosa que se promovió y todas las otras alumnas lograron), enalteció la normativa por sobre cualquier postura ética o política. En resumen, planteé que ella había salido tal cual había entrado.
Bueno, en este caso, la artillería había sido más pesada, era claro que podían discutirme algunas de mis afirmaciones, pero no lo hicieron, una docente tomó la palabra, reafirmó la nota, me dio la razón en lo que decía y dijo que estaba bien. Que si ella es una maestra tradicional, que toma el camino cómodo, como hacen la mayoría de las docentes, hay que dejarla. No tengo las palabras exactas, no tengo la cita ni una filmación, pero estoy seguro que no negó ninguno de mis argumentos, por un momento creí escuchar una oda a la mediocridad.
Pasaba que este grupo de docentes estaban evaluando a una alumna como docente y llegaron a la conclusión, de que cómo tal, es “sobresaliente”, pero lo que ellas y yo entendemos por docente es bien distinto, más allá de todas sus lecturas y alabanzas a Paulo Freire, estas docentes si podían imaginarse “la docencia sin discencia”.